-I-
Abril-Junio 1975
Recuerdo que fue un día gris y frío de enero cuando me
incorporé al ejército para comenzar el servicio militar obligatorio. Los tres
primeros meses, en mi ciudad, en un campamento de instrucción de reclutas. El
resto, según sorteo.
Mi mundo hasta entonces se había desenvuelto entre libros
de texto mientras lo iba llenando de sueños de futuro. Mi mayor deseo, terminar
magisterio. Una vez conseguido, quedaba aprobar oposiciones al cuerpo de
maestros, el último escalón.
Con este pasado tan plano llegué al campamento militar.
Allí me raparon el pelo al cero, me vistieron de soldado, me entregaron un
fusil y me hicieron desfilar horas y horas junto a otros como yo sin alcanzar
nunca a comprender muy bien el objeto de tanto desfile y tanto esfuerzo. Lo
único agradable en esos tres meses de instrucción fueron los permisos del fin
de semana para ir a dormir a casa. Y digo bien, a dormir, porque los dos días
del fin de semana me los pasaba de bar en bar con los colegas por mi ciudad,
tratando de olvidar en lo posible mi nueva vida.
Llegó marzo y nos llamaron para hacernos preguntas, entre
ellas cual era nuestra profesión si es que teníamos alguna o para qué estábamos
capacitados si es lo que estábamos para algo. Alguien me aconsejó mentir al
respecto (no pedían ningún tipo de documentación), que no dijera que era
maestro, que me inventara cualquier otra profesión. Pero a la hora de la
verdad, no me atreví a mentir. Ello supuso que me destinaran para el resto de
la mili a Madrid. A los maestros que mintieron no solo no les ocurrió nada por
ello, sino que la mayoría se quedaron a terminar la mili en la propia ciudad o
como mucho en la provincia. Por entonces, este hecho me fastidió enormemente
pero con el tiempo y ya a toro pasado, hasta agradecí el haber sido destinado a
la capital del reino ya que de otra forma no hubiera vivido tanto tiempo
seguido en ella.
Me destinaron a la Brigada Acorazada
Brunete, en Leganés. Allí necesitaban maestros para impartir clases de
alfabetización a los soldados que no sabían leer, que por esa época aún eran
muchos. Llegué al cuartel el dos de abril de 1975. Era un edificio enorme de
paredes sólidas y sobrias con capacidad para al menos ocho compañías de
soldados, pero yo no conocía a nadie. Las primeras guardias nocturnas como
soldado raso me las pasaba recitando poemas, mis primeros poemas escritos en la
adolescencia. Era todo muy surrealista, la poesía y la milicia poco tienen en
común, pero a mí me servía para hacer más corto el tiempo de guardia bajo las
estrellas como únicas compañeras.
Mi primera salida a Madrid tuvo lugar cuando ya llevaba
tres semanas en el cuartel.. Autobús hasta Carabanchel y allí cogía el metro
que me llevaba al centro. El metro de Madrid olía a libertad (también a
humedad, pero eso era lo de menos). Me sonaba en su traqueteo como aquellos
antiguos trenes de carbonilla que te llevaban a ver lugares lejanos y
desconocidos. Cada nueva estación era un mundo nuevo para mí aunque todas se
parecían. La gente caminaba por los andenes siempre con prisas y yo me
preguntaba por qué si era fin de semana y no tenían que ir a trabajar. Oporto,
Vista Alegre, Urgel, Marqués de Vadillo, Acacias-Embajadores, Lavapiés y, por
fin, Sol, el corazón de la ciudad. Nombres que se quedaron grabados en mi
memoria de soldado novato y altamente asombrado por la grandeza de la capital.
Con las mismas ansias de un amante enamorado por poseer el
cuerpo de su amada asomaba yo saliendo del metro a la plaza más famosa de
España, la Plaza
del Sol. Me paraba en el centro mismo y girando sobre mis talones observaba los
edificios con con expectación casi espiritual. Luego me ponía a caminar sin
rumbo por las calles aledañas dispuesto a no perderme detalle de tanta
grandeza. En el cine Callao se estrenaba “El exorcista” que permaneció en
cartel toda aquella primavera y todo el verano. Un domingo me animé y entré a verla.
Y sí, me pareció terrorífica, pero no tanto como lo que me esperaba a lo largo
de la semana dentro del cuartel, eso sí era espeluznante .
Un domingo por la tarde, en un bar de Leganés, me encontré
con tres chicas que conocía porque eran del pueblo donde crecí. Nos saludamos y
quedamos para el día siguiente, domingo. Me busqué un par de colegas y allá que
nos fuimos tan animados a la cita. Nos encontramos a la hora prevista en una
pequeña tasca al lado del simbólico edificio sede de la DGS (Dirección General de Seguridad), en Plena Plaza del Sol.
Pasamos una tarde entretenida con ellas en un sitio de la Calle Mayor donde había baile.
Pero me temo que ellas se aburrieron como ostras, al parecer me llevé a lo más
soso del cuartel. No obstante quedé con Martina, la que más conocía de las
tres, para el siguiente domingo en el mismo sitio. Pero no pude acudir a la
cita, me tocó guardia ese domingo y mis planes amorosos se fueron a pique. A
Martina no volví a verla, me quedé con ganas de disculparme y de algo más…Sobre
todo cada vez que uno de mis colegas y compañero me contaba cada lunes sus
aventuras amorosas con una paisana suya que, al igual que yo, se encontró por
casualidad en Madrid. Tuvo más suerte que yo, sin duda…
(Continuará)
Qué casualidad, ayer lunes estuve paseando por el patio en el que tu seguramente te hartaste de marcar el paso al son de cornetas y tambores, hoy es un lugar muy diferente donde jóvenes estudiantes pasean y charlan. También anduve por el interior del antiguo edificio en el que tú enseñaste a leer algún compañero, hoy se sigue aprendiendo entre sus muros pues es la sede de la Universidad Carlos III de Madrid.
ResponderEliminarUn abrazo.
Sí, todo está cambiado. Sigo yendo por Leganés de vez en cuando y, en efecto, lo que era el cuartel D.A. Saboya Nº 12 es hoy la sede de la Universidad Carlos III, un lugar muy diferente y, desde mi punto de vista, mucho mejor aprovechado. La historia que cuento (en tres capítulos para no hacerla pesada) es real y me apetecía reflejarla aquí por si a alguien más joven que yo le interesa saber de primera mano cómo era la mili obligatoria y el Madrid de aquellos días del final del franquismo.
EliminarGracias por acudir de una forma tan rápida y dejar tu ilustrador comentario.
Un abrazo
Que lindos recuerdos de un momento y lugar que no conozco, pero que han significado mucho en tu vida.
ResponderEliminarUn abrazo.
Bueno,lindos, lindos, más bien no, pero son parte de mi vida y me apetecía compartirlos.
EliminarGracias por tu interés Alejandro
Qué agradable ha sido leerte, saber de ti en esas épocas. Tengo un poema en mi nuevo libro inspirado en los soldados de mi país que se llama "Mi voz para un guerrero" algún día te lo compartiré. Espero que si bien no supiste más de Martina hayas conocido otras chicas de las que nos contarás, a que sí. Un abrazo fuerte, muy fuerte.
ResponderEliminarGracias Susana,seguirá la historia, sí, aunque en ella me temo que no aparecen más chicas,eso llegó después, aunque nunca pasaron de un par de ellas o tres como mucho...:)
EliminarGracias por tu visita.
Un abrazo