miércoles, 3 de mayo de 2023

EL PAÍS DE NUNCA JAMÁS





El siglo XVI español, junto con el XVII, pudo haber sido la etapa clave para lograr hacer de este país una gran nación ya que se dieron todas las condiciones para ello: riqueza económica, explosión cultural (Siglo de Oro de las artes y de las letras: Garcilaso de la Vega, Fray Luis de León, Santa Teresa de Jesús, Miguel de Cervantes, Góngora, Quevedo, Lope de Vega, Tirso de Molina,...Velázquez, Zurbarán, Murillo, El Greco, ...Juan de Herrera...) la creación del mayor imperio jamás soñado e incluso la hegemonía política en Europa.









Tras el descubrimiento y la "conquista" de gran parte del continente americano, España se puso a la cabeza de las potencias europeas gracias, sobre todo, al oro y la plata traídos (más bien sustraídos) de aquellas tierras. Pero los intereses de las clases dirigentes del momento no casaban con la idea de hacer de España un  gran país para todos los españoles sino más bien para unos pocos...¿os suena?. La ambición sin límites de esas clases dirigentes (nobleza y clero sobre todo) con el beneplácito o la indiferencia de los reyes, consiguieron que todas las riquezas del Nuevo Mundo pasaran a engrosar sus fortunas particulares o se dilapidaran en guerras inútiles y sangrientas contra los demás países de Europa con tal de mantener la hegemonía política a toda costa y con tal de imponer por la fuerza la religión católica al resto del continente desde la más cerril y ciega intolerancia.


                             


Todas esas guerras a lo largo de los siglos XVI y XVII terminaron por arruinar el país. Así, tras la muerte de Felipe II en 1598, comenzó la vertiginosa decadencia del Imperio Español con su hijo Felipe III y acabó por ser una realidad con Felipe IV y Carlos II, el Hechizado. Se puede decir que desde entonces no levantamos cabeza (no hay más que repasar la historia de España de los últimos tres siglos: XVIII, XIX y XX).Y que, al igual que el fantástico país de Peter Pan, este debería llamarse con más razón que aquel "El país de Nunca Jamás" ya que nunca terminamos de salir de la crisis de turno ya sea económica, política, social o de las tres a la vez.










Cada vez que parece que por fin vamos a levantar cabeza y a convertirnos en un país notable en el panorama internacional, ocurre algo que lo evita, bien de forma accidental (casi nunca) o bien porque a los que tienen el poder en ese momento no les interesa la prosperidad económica del pueblo ni la adquisición de derechos y libertades por parte de los ciudadanos, que es en definitiva lo que hace que un país sea de verdad grande y poderoso. El momento actual habla por sí solo. Tras tres décadas esperanzadoras después de una cruel dictadura de cuarenta años, volvemos a retroceder en bienestar económico, en derechos sociales y laborales y en libertades ciudadanas. Estamos de nuevo inmersos en otra crisis inventada (esta vez no solo en España) para que el pueblo siga siendo pueblo eternamente y no alcancemos nunca la categoría de ciudadanos libres en un estado democrático garante de todos nuestros derechos,que es como debería ser.











domingo, 14 de agosto de 2022

Estos días azules.



Estos días azules y este sol de la infancia” – Antonio Machado,22 de febrero de 1939. Colliure (Francia)

Este es el último verso escrito por Antonio Machado. Estaba escrito en un papel arrugado que encontraron en el bolsillo de su chaqueta tras su muerte ese 22 de febrero en el exilio.

¿Será verdad que en los momentos cruciales de nuestras vidas todos volvemos a la infancia? ¿Será quizás porque la infancia de cada uno fue el único “lugar” donde nos sentimos dueños reales de nuestras vidas?

Me imagino al poeta en ese último día de su vida, cuando ya presentía su muerte, volviendo a aquel sol de su infancia sevillana que todo lo iluminaba, a aquellos días azules llenos de alegría, de dicha, de esa dicha que nos produce el tiempo cuando el tiempo es nuestro amigo y aliado y no ese monstruo en que se convierte después cuando nos damos cuenta de que día a día nos va devorando.

Para un hombre de la sensibilidad de Antonio, esos últimos meses en Francia debieron de ser un infierno. Sin patria, sin amigos, sin alegría, sin vida…con el solo consuelo de cuidar de su madre anciana y enferma, como él. Recurrir entonces a aquellos lejanos días azules era el único aliciente de un poeta elevado con todo mereciemiento a los altares del Olimpo poético, pero después, mucho después de su muerte.

Y es que entonces, en ese gélido invierno de 1939, Machado era solo un exiliado más de aquella España gris y cainita donde los vencedores representaban todo aquello que él siempre despreció: el autoritarismo, la barbarie, el odio y la venganza.

Sí, me imagino al poeta en ese breve tiempo del exilio, cuidando de su madre anciana y recitando una y otra vez aquellos versos suyos tan certeros y premonitorios:

“Al borde del sendero, un día nos sentamos.

 Ya nuestra vida es tiempo y nuestra sola cuita

son las desesperadas posturas que tomamos

para aguardar…Mas Ella, no faltará a la cita. 

¿Se hará algún día justicia con Antonio Machado? ¿A qué esperan los distintos gobiernos de esta democracia nuestra para trasladar sus restos al lugar donde vivió su feliz infancia y juventud, a su Sevilla natal? Creo que ya va siendo hora. Ningún país europeo consentiría semejante afrenta para con un poeta de la talla de Machado.

 

 


domingo, 10 de julio de 2022

 


FRENTE AL ESPEJO.

 

 …Y un día cualquiera te da por mirarte fijamente en el espejo del baño y descubres que quien te mira desde su fondo es un perfecto desconocido al que ves por primera vez. Y eso ocurre porque hasta ahora solo mirabas hacia afuera , hacia un mundo que creíste siempre que era el verdadero, el real, sin sospechar que el mundo de verdad, el auténtico, el que de verdad importa, estuvo todo el tiempo dentro de ti. Pero eso no podías saberlo porque nadie te lo dijo. Y aunque te lo hubieran dicho, hubiera sido inútil, porque nada existe en ti que no hayas descubierto por ti mismo. De nada sirve que te digan que algo existe, que ese algo está ahí, a tu alcance desde siempre. No lo verás hasta que que no lo descubras por ti mismo. Eso pasa con el amor, por ejemplo. No crees en él hasta que te llega y te abruma con su fuerza misteriosa apoderándose de todos tus sentidos, de todos tus actos.

Y cuando al final te das cuenta de que existe ese mundo fabuloso dentro de ti, ocurre que casi siempre es tarde ya para aprender a actuar con arreglo a sus normas. Unas normas que te hubieran llevado por la vida con más seguridad y conocimiento de causa. Con más clarividencia frente a los acontecimientos y, por tanto, con mucho más acierto frente a ellos.

 

No obstante, la vida vivida de una forma o de otra, nunca deja de ser única y maravillosa. Al fin y al cabo, no hay ni habrá ninguna otra vida, ninguna otra oportunidad de corregir los errores o de volver a saborear intensamente los aciertos, los momentos felices.

 

 

 

jueves, 16 de mayo de 2019

Por Europa, por la democracia, por nuestro papel en el mundo



Los europeos apenas tienen interés por Europa, o por la UE para ser más exactos. La coincidencia en España de las elecciones al Europarlamento con las municipales y autonómicas aún devalúa más los comicios a una Unión que decide sobre nuestras vidas. Líneas maestras de la economía y los sectores productivos,  sueldos, política fiscal y contable, decisiones y normas de todo tipo que se traducen en hechos consumados.  Europa sigue siendo una buena idea, la mejor idea, aunque no esta Europa. De hecho las elecciones del 26 de Mayo son decisivas para darle un giro. Y poner freno, también en Europa, al fascismo.
Necesitamos una Europa fuerte en un momento que vuelve a ser tan convulso como el de los años 30 del siglo XX. La UE pierde voz ante los envites de los Estados Unidos de Trump y, lo que es peor, esa especie de internacional neofascista que ha colocado a Bolsonaro en Brasil y a varios otros en países latinoamericanos, algo menos tiznados pero en la misma onda. La ola que se extiende por la propia Europa como respuesta a las nefastas políticas que se han seguido. Económicas y en derechos y libertades.
La Europa organizada en un club de países era intensamente roja socialdemócrata cuando cayó el Muro de Berlín en 1989. En 1995, en la decisiva Europa de los 15 que aprueba en esa fecha el “euro”, 11 de ellos tenían gobiernos de este color. Hoy, por el contrario, predomina con intensidad el azul. El grupo de los Populares Europeos es el mayoritario, seguido de los socialdemócratas. Su gestión ha desembocado en una crisis que hace temer por las estructuras de la propia UE. Las elecciones del 26M prevén un aumento potente de la ultraderecha que puede darle el golpe definitivo.
La Unión Europea es un mastodonte burocrático. Con un presidente fijo de la Comisión (el gobierno) y otro rotatorio de países por semestres (que viene a ser de promoción casi turística), quien realmente decide es el Consejo Europeo formado por los Jefes de Estado y de Gobierno. Quienes mandan son los diferentes nacionalismos y de una forma desproporcionada en función de su peso.
Desde la entrada del euro como valor contable –con abultados errores de previsión- ha aumentado la distancia entre los países ricos y pobres de la UE. En todos los terrenos. Los ciudadanos salieron perdiendo, salvo alemanes y holandeses. Los más perjudicados fueron  italianos y franceses, con más de 70.000 euros y casi 56.000 euros por cabeza, respectivamente. España, también, en cuantía menor: 5.031 euros por habitante. Son datos del artículo de Andreu Missé en eldiarioes. Añade las caídas del PIB per capita desde la crisis. La de España ha sido de las más intensas:  ha pasado del 104,1% al 92%.
Nos cuentan que el número de personas en riesgo de pobreza o exclusión social en la Unión Europa ha disminuido en 2017 respecto a 2016.  Han pasado a ser 118 millones de personas las que se encuentran en esa situación atenazante. Más de cien millones de europeos, aunque sean otros 5 millones los transferidos a otros apartados: los que tienen algunas o muchas dificultades.
El triunfo del PSOE español ha alentado a sus colegas europeos. Todas las encuestas siguen dando ganador al PPE y manteniendo el equilibrio de fuerzas tradicional. Pero no se descartan cambios influidos por España. Euforia socialdemócrata y pesimismo conservador por la debacle del PP español.  Preferible, al menos, el llamado socioliberalismo que el ultra y con posiciones altamente conservadoras. Objetivo fundamental conjurar la amenaza que supone la ultraderecha. Y que hace estas elecciones doblemente decisivas.
Ultraderecha, Brexit británico, el mantenimiento de la estructura de poder, la primacía del Consejo, la salida anunciada de pesos pesados como Angela Merkel, la apuesta por viejas glorias de las políticas nacionales para el Parlamento. Todo influye en un barco que zozobra en sus fines aunque se mantenga por inercia.
La austeridad y las desigualdades que propician las políticas neoliberales han dañado a la UE, como muestran los datos, pero más aún el abandono de sus señas de identidad. El trato a los refugiados ha abierto una brecha lacerante en el corazón de Europa. Los vimos llegar ateridos de frío y miedo, y los encerraron o los echaron a patadas. Los vimos morir y volvieron la vista para otro lado -los dirigentes y multitud de ciudadanos, no todos-. La UE encargó a la Turquía de Erdogan, previo pago, que se ocupara del embrollo y siguieron cerradas multitud de conciencias. Ningún europeo de raza, ningún demócrata de verdad, puede entender cómo la vida humana perdió todo valor, atendiendo a alguna cuenta de resultados contables.
Desde hace años se venía viendo que el gran peligro de Europa era el auge del fascismo. Se hizo oídos sordos también a cómo se sacrificó incluso a los propios ciudadanos de la Unión Europea. Con Grecia empezó todo. Lo destaco a menudo porque es esencial. No paran de pedir disculpas los responsables. Se pasaron un poco, dicen, y costó vidas y bienestar, costó democracia.  Hay que hundir a Grecia, para salvar a España, llegó a decirse. De las políticas sociales que llamaban -y llaman- despectivamente populismo, mientras se les llenaba Europa de ultraderechistas sin alma y sin cerebro.  Había que preservar además a los bancos –principalmente franceses y alemanes- expuestos a la deuda griega. Un informe interno del FMI confesó en 2018 que sacrificó a Grecia por presiones políticas. A cambio de devaluar a los ciudadanos griegos. Y a los de otros países como demuestran ya las estadísticas. El nuestro en un grado notorio.
La importancia de las elecciones es enorme, mucho mayor de cómo los votantes la aprecian.  No es una urna accesoria. Para los más de 500 millones de personas que componen la UE. Recuerden que hay más de 100 millones riesgo de pobreza o exclusión social, y que podemos darnos por contentos porque se ha reducido la cifra.  Voten de nuevo por la cordura y contra el fascismo. Contagien al resto de los socios, si pueden.
Pensar en Europa es pensar en cada uno de nosotros y en nuestro papel en el mundo, el de los europeos. Los equilibrios se han alterado con las nuevas viejas tendencias. . Los intereses cruzan mares para convulsionar las relaciones con China o los poderosos países de Oriente Medio. Riesgos a afrontar, sensatez por la que luchar. Hay que fortalecer Europa, la Europa democrática y hacerla de verdad de los ciudadanos.

 *Publicado en eldiarioes  Rosa María Artal

domingo, 15 de julio de 2018

Ahora le toca a la lengua española-Arturo Pérez Reverte

Ahora le toca a la lengua española

Patente de corso de Arturo Pérez-Reverte
No me había dado cuenta hasta que hace unos días, mientras lamentaba las incorrecciones ortográficas de una cuenta oficial en Twitter de un ministerio, leí un mensaje que acababan de enviarme y que me causó el efecto de un rayo. De pronto, con un fogonazo de lucidez aterradora, fui consciente de algo en lo que no había reparado hasta ese momento. El mensaje decía, literalmente: «Las reglas ortográficas son un recurso elitista para mantener al pueblo a distancia, llamarlo inculto y situarse por encima de él».
No fue la estupidez del concepto lo que me asombró  –todos somos estúpidos de vez en cuando, o con cierta frecuencia–, sino la perfecta formulación, por escrito, de algo que hasta entonces me había pasado inadvertido: un fenómeno inquietante y muy peligroso que se produce en España en los últimos tiempos. En determinados medios, sobre todo redes sociales, empieza a identificarse el correcto uso de la lengua española con un pensamiento reaccionario; con una ideología próxima a lo que aquí llamamos derecha. A cambio, cada vez más, se alaba la incorrección ortográfica y gramatical como actividad libre, progresista, supuestamente propia de la izquierda. Según esta perversa idea, escribir mal, incluso expresarse mal, ya no es algo de lo que haya que avergonzarse. Al contrario: se disfraza de acto insumiso frente a unas reglas ortográficas o gramaticales que, al ser reglas, sólo pueden ser defendidas por el inmovilismo reaccionario para salvaguardar sus privilegios, sean éstos los que sean. Ello es, figúrense, muy conveniente para determinados sectores; pues cualquier desharrapado de la lengua puede así justificar sus carencias, su desidia, su rechazo a aprender; de forma que no es extraño que tantos –y de forma preocupante, muchos jóvenes– se apunten a esa coartada o pretexto. No escribo mal porque no sepa, es el argumento. Lo hago porque es más rompedor y práctico. Más moderno.
Todo eso, que ya por sí es inquietante, se agrava con la utilización interesada que de ello hacen algunos sectores políticos, en esta España tan propensa secularmente a demolerse a sí misma. Jugando con la incultura, la falta de ganas de aprender y la demagogia de fácil calado, no pocos trileros del cuento chino se apuntan a esa moda, denigrando por activa o pasiva cualquier referencia de autoridad lingüística; a la que, si no se ajusta a sus objetivos políticos inmediatos, no dudan, como digo, en calificar de reaccionaria, derechista e incluso fascista, términos que en España hemos convertido en sinónimos. Con el añadido de que a menudo son esos mismos actores políticos los que también son incultos, y de este modo pretenden enmascarar sus propias deficiencias, mediocridad y falta de conocimientos. Otras veces, aunque los interesados saben perfectamente cuáles son las reglas, las vulneran con toda deliberación para ajustar el habla a sus intereses específicos, sin importarles el daño causado.
Tampoco el sector más irresponsable o demagógico del feminismo militante es ajeno al problema. Resulta de lo más comprensible que el feminismo necesario, inteligente, admirable –el disparatado, analfabeto y folklórico es otra cosa–, se sienta a menudo encorsetado por las limitaciones de una lengua que, como todas las del mundo, ha mantenido a la mujer relegada a segundo plano durante siglos. Aunque es conveniente recordar que el habla es un mecanismo social vivo y cambiante, pero también forjado a lo largo de esos siglos; y que las academias lo que hacen es registrar el uso que en cada época hacen los hablantes y orientar sobre las reglas necesarias para comunicarse con exactitud y limpieza, así como para entender lo que se lee y se dice, tanto si ha sido dicho o escrito ahora como hace trescientos o quinientos años. Por eso los diccionarios son una especie de registros notariales de los idiomas y sus usos. Forzar esos delicados mecanismos, pretender cambiar de golpe lo que a veces lleva centurias sedimentándose en la lengua, no es posible de un día para otro, haciéndolo por simple decreto como algunos pretenden. Y a veces, incluso con la mejor voluntad, hasta resulta imposible. Si Cervantes escribió una novela ejemplar llamada La ilustre fregona, ninguna feminista del mundo, culta o inculta, ministra o simple ciudadana, conseguirá que esa palabra cervantina, fregona, pierda su sentido original en los diccionarios. Se puede aspirar, de acuerdo con las academias, a que quede claro que es un término despectivo y poco usado –cosa que la RAE, en este caso, hace años detalla–, pero jamás podrá conseguir nadie que se modifique el sentido de lo que en su momento, con profunda ironía y de acuerdo con el habla de su tiempo, escribió Cervantes. Del mismo modo que, yéndonos a Lope de Vega, cualquier hablante debe poder encontrar en un diccionario el sentido de títulos como La dama boba o La villana de Getafe.
Se está llegando así a una situación extremadamente crítica. Del mismo modo que se ha logrado que partidarios o defensores sinceros del feminismo sean tachados de machistas cuando no se pliegan a los disparates extremos del feminismo folklórico, a los defensores de la lengua española, de sus reglas ortográficas y gramaticales, de sus diccionarios y de su correcto uso, se les está colgando también la etiqueta de reaccionarios y derechistas –lo sean o no– por oposición a cierta presunta o discutible izquierda que, ajena a complejos lingüísticos, convierte la mala redacción y la mala expresión en argumentos de lucha contra el encorsetamiento reaccionario de una casta intelectual que –aquí está el principal y más dañino argumento– mantiene reglas elitistas para distanciarse del pueblo que no ha tenido, como ella, el privilegio de acceder a una educación (como si ésta no fuera gratuita y obligatoria en España hasta los dieciséis años). Del mismo modo que, según marca esta tendencia, quien no se pliega al chantaje del feminismo folklórico es machista y todo machista es inevitablemente de derechas, quien respeta las reglas del idioma es reaccionario, está contra la libertad del pueblo, y por consecuencia es también de derechas. Pues, como todo el mundo sabe, no existen machistas de izquierdas, ni maltratadores de izquierdas, ni taurinos de izquierdas, ni acosadores de izquierdas, ni tampoco cumplidores de las reglas del idioma que lo sean. Resumiendo: como toda norma es imposición reaccionaria y todo acto de libertad es propio de la izquierda, quien defiende las normas básicas de la lengua es un fascista. En conclusión, todo buen y honrado antifascista debe escribir y hablar como le salga de los cojones. O de los ovarios.
No sé si los españoles somos conscientes –y me temo que no– de la gravedad de lo que está ocurriendo con nuestro idioma común. Del desprestigio social de la norma y el jalear del disparate, alentados por dos factores básicos: la dejadez e incompetencia de numerosos maestros (algunos ejercicios escolares que me remiten, con preguntas llenas de faltas ortográficas y gramaticales, de atroz sintaxis, son para expulsar de la docencia a sus perpetradores), que tienen a los jóvenes sumidos en el mayor de los desconciertos, y el infame oportunismo de la clase política, que siempre encuentra en la demagogia barata oportunidad de afianzar posiciones. Pero no pueden tampoco eludir su responsabilidad los medios informativos; sobre todo las televisiones, donde hace tiempo desapareció la indispensable figura del corrector de estilo –un sueldo menos–, y que con tan contumaz descaro difunden y asientan aberraciones lingüísticas que desorientan a los espectadores y destrozan el habla razonablemente culta. Y más, teniendo en cuenta que el Diccionario de la Lengua Española no lo hace sólo la RAE, sino también las academias de 22 países de habla hispana (de ahí tantas palabras que llaman la atención o indignan a quienes ignoran ese hecho), abarcando el habla no sólo de 50 millones de españoles que nos creemos dueños y árbitros de la lengua, sino de 550 millones de hispanohablantes, muchos de los cuales ven con estupor nuestro disparate suicida y perpetuo.
Tampoco la Real Academia Española, todo hay que decirlo, es ajena a los daños causados y por causar. En vez de afirmar públicamente su magisterio, explicando con detalle el porqué de la norma y su necesidad, exponiendo cómo se hacen los diccionarios, las gramáticas y las ortografías, dando referencias útiles y denunciando los malos usos como hace la Academia Francesa, en los últimos tiempos la Española vacila, duda y a menudo se contradice a sí misma, desdiciéndose según los titulares de prensa y las coacciones de la opinión pública y las redes sociales, intentando congraciarse y no meterse en problemas. Esa pusilanimidad académica que algunos miembros de la institución llevamos denunciando casi una década ante la timorata pasividad de otros compañeros, ese abandono de responsabilidades y competencias, esa renuncia a defender el uso correcto –y a veces hasta el simple uso a secas– de la lengua española, ese no atreverse a ejercer la autoridad indiscutible que la Academia posee, envalentonan a los aventureros de la lengua. Y crecidas ante esa pasividad y esos complejos, cada día surgen nuevas iniciativas absurdas, a cuál más disparatada, para que la RAE elimine tal acepción de una palabra, modifique otra y se pliegue, en suma, a los intereses particulares y, lo que es peor, a la ignorancia y estupidez de quienes en creciente número, con la osadía de la ignorancia o la mala fe del interés político, se atreven a enmendarle la plana. Por eso, en el contexto actual, pese a que de las nueve mujeres académicas admitidas en tres siglos seis han ingresado en los últimos ocho años, pese a su formidable e indispensable labor para quienes hablan la lengua española, la Academia es considerada por muchos despistados –basta asomarse a Twitter– una institución reaccionaria, machista, apolillada y autoritaria. Cuando en realidad, gracias a algunos de sus académicos, sólo es una institución acomplejada, indecisa y cobarde.
Y ojo. Aquí no se trata de banderitas y pasiones más o menos nacionales. Aquí estamos hablando de un patrimonio lingüístico de extraordinaria importancia; un tesoro inmenso de siglos de perfección y cultura. De algo que además nos da prestigio internacional, negocio, trabajo y dinero. Hablamos de una lengua, la española, que es utilizada por cientos de millones de hispanohablantes que hasta hoy, gracias precisamente a la Real Academia Española y a sus academias hermanas, manejan la misma Ortografía, la misma Gramática y el mismo Diccionario; cosa que no ocurre con ninguna otra lengua del mundo. Constituyendo así entre todos, a una y otra orilla del Atlántico, un asombroso milagro panhispánico. Un espléndido territorio sin fronteras. Una verdadera patria común, cuya auténtica y noble bandera es El Quijote.
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Publicado el 24 de junio de 2018 en XL Semanal.